martes, 20 de noviembre de 2012

EL NIÑO Y EL BICORNIO: La infancia del dictador Trujillo (2007) / GUAROA UBIÑAS RENVILLE



Prólogo (Fragmento)


En la vida con mucha frecuencia lo que nos luce más irreal, es la realidad.


San Cristóbal era un pueblo tranquilo donde los niños jugábamos el trúcano, pelota, el pegate, el topao, el trompo embollao, el trompo con tapiota y paltos de fósforos, el pañuelo y otros muchos juegos, a la vez que nos divertíamos en los ríos y con nuestros tira-piedras, gomitas para disparar cáscaras de china y constantes invasiones a terrenos ajenos en busca de frutas deliciosas como mango, mamones, cajuiles y demás. Con el maroteo.


En las escuelas como la Enedina Puello Renville que nació llevando a cada niño su sillita o banquito y con la asistencia de una niña de las Uribe de las de la vieja Ercilia escuchábamos las lecciones, esperado el recreo para jugar y comprar paleticas de frambuesa con palitos de penca de coco y los famosos bollitos de harina.


Éramos ajenos a lo que sucedía, a que nuestros campos ya no eran nuestros sino de Trujillo, el hombre del que escuchábamos hablar todo el tiempo como un personaje, bueno y valiente al cual se le podía escribir cartas pidiéndole un caballito.


Cosa que podíamos hacer, inocentes de que ya no teníamos caballitos; porque en el mejor de los casos, el mismo había “comparado” la tierra a nuestras familias y esta había tenido que vender nuestro caballito por no tener donde tenerlo. Al mío que por cierto era blanco, y se llamaba Mayo, tuve que verlo después arrastrando una carreta hecho todo un costillar luego de haber perdido la memoria y el porte de importancia que lo caracterizaba.


… Cuando teniendo yo apenas 16 años, apareció la noticia de la muerte del tirano en la prensa donde se decía que tenia la entonces exorbitante fortuna de mas de 800 millones de dólares, opine como muchos otros que si hubiera repartido un poquito de eso entre la gente habría sido una gran cosa.


Un mes después, en medio de la ebullición de informaciones que siguió a ese silencio rojizo, salobre y espeso de la tiranía, en la ciudad capital, ya había entendido, lo que era Trujillo y su régimen; lo que era en el imperio de los norteamericanos y lo que era la Iglesia Católica, así como la estrecha relación que había existido entre ellos.


Pero la presencia e el poder luego de decapitado el tirano, de gentes de su calaña, tan inoperantes que mataban para callar, me hizo ver la necesidad de airear este tema, en el interés de que regímenes como esos no puedan ser vistos como opción alguna aun desde ambientes tan adversos y putrefactos como los que vivimos.


Solo, que contrario a mi interés de captar informaciones, la ausencia de la familia Trujillo, del pueblo que venía de lejos, y el silencio sobre cuando vivía allí, que era algo de lo que no se hablaba se mantenía sin explicación; y a mas de 40 años de su muerte al tocar la puertas de los recuerdos en las cabezas de numerosísimas gentes del lugar, las grietas que se multiplicaron en ese muro de silencio, y los legajos que se encontrados sueltos y en el archivo general de la nación comenzaron a hablarme, a explicarme lo de su ausencia, el por que de muchas percepciones, y a completarme muchas informaciones inconclusas, por medio de testimonios antes temerosos, de leyendas que volaban en el tiempo y de letras cautivas en documentos conservados, haciendo de esta, una historia de silencios rotos, de realidades increíbles y de revelaciones.



Guaroa Ubiñas Renville nació en San Cristóbal, en 1944. Es medico cirujano plástico y reconstructivo especialidad que ejerce, siendo en la actualidad el coordinador de ese servicio en el Hospital Darío Conteras, en Santo Domingo.

Sus trabajos literarios están sustentados por un amplio y profundo trajinar por toda la geografía nacional, en busca de las enseñanzas y revelaciones de la oralidad.

Obras publicadas: Azuetano (poemas y cuentos, 1978); Anécdotas médicos Dominicanos (1988); Gazito Z-O y 8 cuentos mas(1988); sobre Tamayo y los Caribes (0púsculo de historia, 1994); El cruce de las 7 veredas (novela, 1997); Leyendas del rio Nigua (1998); Mitos, Creencias y leyendas Dominicanas(2000); Mamá Tingo, Enrique Blanco, LA Ciguapa(Colección de leyendas dominicanas 2000); El mensaje de los Sabios (historias y leyendas educativas,2000); Historias y Leyendas Afro-dominicanas (2003); Un joven en la Guerra de Abril (2003); La Conspiración contra la juventud (2006)

EL FOTINGO

Los pueblerinos se pasaron la mañana entera esperando la llegada de un aparato que corría sobre cuatro ruedas sin ser arrastrado por animal alguno y luego de comprobar su existencia y de verlo cruzar el río con la ayuda de un grupo de ellos, al saber que el estaba subido adentro y lo conducía se llamaba Nicolás Acevedo. Comenzaron a gritar Nicolás, Nicolás, Nicolás. Era el primer carro que veían en sus vidas.

Y la efusión de asombre y miedo que allí se manifestó solo seria reeditada mas de 30 años después, cuando lo que llego al pueblo, fue la primera televisión.

En esa ultima ocasión el primer aparato en el edificio del partido de la dictadura ya encaminada, no se sabia que haber, como conectarlo, maniobrarlo, y se tuvo que requerir la presencia de “alambrito”, un simpático electricista que debía su apodo a la triple circunstancia, de que realmente su nombre y primer apellido eran Alan y Brito, a su profesión y a su extrema delgadez, el cual logro encenderlo poniéndolo a producir una líneas horizontales que corrían de arriba para abajo y viceversa sin tregua alguna, inundadas de rayitas blancas y negras, y con un ruido de fondo de zumbidos apagados que todos los allí presentes seguían con expectación, hasta que súbitamente apareció en la pantalla la imagen de un hombre cantando y los allí presentes se levantaron y corrieron asustados, dejando gorras, zapatos, sombreros y hasta un quepis militar, abandonados.

El calendario marcaba el 15 de agosto de 1911; Rafael ya con 19 años y habiendo comenzado a trabajar en el telégrafo del pueblo, luego de un largo período de vagancia y juegos francamente delictivos que eran comunes entre sus hermanaos, conocidos como la “pandilla de Pepe”, miraba desde la ventana de la oficina el espectáculo, maravillado.

Un fotingo. Una maquina del diablo para algunos campesinos.

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