miércoles, 7 de diciembre de 2011

PATRIA MIA



Ligia Minaya

Denver, Colorado

Yo estoy lejos, pero mi corazón está a tu lado.

Sufro contigo y por ti. Levanto la voz junto a los que

por ti luchan, a los que quieren seguir contigo,

a los que nunca han pensado en dejarte o abandonarte.

Estoy triste. Indignada. Lejos de ti, es verdad. Veo lo que está pasando dentro de ti y me duele. Me duele mucho. Te han tirado al abandono. Te maltratan cada día. Lo hacen algunos de tus hijos. Esos que no saben de respeto. Esos que no tienen educación social. Los que solo quieren llenarse los bolsillos. Esos y esas que ven para otro lado y no quieren saber nada de ti. Estoy lejos, pero cada día sé lo que te hacen, lo que sufres. Muchos no piensan en que lo eres todo. En que los pariste. En que viven de tu tierra fértil, de tu sol de siempre, de tus montañas cubiertas de árboles florecidos y frutales, de tus ríos que aunque hoy contaminados les dan agua. Esos son los que te gobiernan. Los que te han gobernado una y otra vez, desde siempre. Llegan a la cumbre del Poder, y son de uno y otro lado, pero no importa, piensan solo en ellos. Y yo, patria querida, desde aquí, siento tu llanto, tu dolor, tu desamparo.

Cuando ajusticiaron al tirano muchos creímos que gobernaría la democracia. Que gobernaría el respeto, los buenos ciudadanos, que como la Primada de América seríamos el ejemplo a seguir de los demás países. Pero no. La democracia nació enferma, incapacitada, marcada por heridas. Los que tenían que traerla al mundo lo hicieron pensando solo en ellos. Y ahí estás, Patria mía, todavía inválida, sin echar para adelante. Te lo impiden ellos, los políticos. Esos que manipulan las palabras. Los que prometen y no cumplen. Los que hablan bonito pero con frases huecas, sin sentido. Para hacerte cambiar, ahora les toca a tus hijos, a tu gente, a tu pueblo. Les conviene hacerse sentir. Hay que forzar los cambios para bien. Sin violencia pero el tiempo correcto. Un tiempo sin límites. Hasta que llegue lo que se quiere, lo que se busca, lo legal, el bienestar ciudadano, la protección del anciano, del niño y la escuela, del no maltrato a la mujer, el buen vivir del discapacitado, el respeto a los derechos y la obediencia a los deberes. Y eso le toca al ciudadano de la calle, al empresario y al obrero, al rico y al pobre, al agricultor y al pulpero, al paletero de la esquina y al que fríe yaniqueques, al heredero de riquezas y al que no tiene nada. En fin, a todos tus hijos e hijas.

Un país no es propiedad de los que gobiernan, es de todos. Y todos debemos poner nuestro esfuerzo, nuestra disposición, nuestro interés, en que la Patria, esa en que nacimos, esa que nos parió, nos dio la vida y la alegría de vivir, esté orgullosa de nosotros. Yo estoy lejos, es cierto, pero mi corazón está a tu lado. Sufro contigo y por ti. Desde aquí solo puedo hacer estas líneas. Levantar la voz junto a los que por ti luchan, a los que quieren seguir contigo, a los que nunca han pensado en dejarte o abandonarte. Yo no te he abandonado, ni te abandonaré nunca. Seguiré siendo tu hija, soñando con tus valles y tus montañas, con tu mar de siempre y tus hermosos ríos. Con tu gente trabajadora. Voy cada año a verte, a disfrutar de ti y tus paisajes, de mi familia y mis amigos, y regreso con toda la energía que me das. Mi pensamiento y mis sentimientos están y estarán contigo en todo lo que he vivido y por lo que me queda por vivir.

LA MUJER (Cuento)



Juan Bosch

La carretera esta muerta. Nadie ni nada la resucitará. Larga, infinitamente larga, ni en la piel gris se la ve vida. El sol la mató; el sol de acero, de tan candente al roo, un rojo que se hizo blanco, y sigue ahí, sobre el lomo de la carretera.

Debe hacer muchos siglos de su muerte: la desenterraron hombres con picos y palas. Cantaban y picaban; algunos había, sin embargo, que ni cantaban ni picaban. Fue muy largo todo aquello. Se veía que venían de lejos: sudaban, hedían. De tarde el acero blanco se volvió rojo; entonces en los ojos de los hombres que desenterraban la carretera se agitaba una hoguera pequeñita, detrás de las pupilas.

La muerta atravesaba sabanas y lomas y los vientos traían polvo sobre ella. Después aquel polvo murió también y se posó en la piel gris.

A los lados hay arbustos espinosos. Muchas veces la vista se enferma de tanta amplitud. Pero las planicies están peladas. Pajonales, a distancia. Tal vez aves rapaces coronen cactos. Y los cactos están allá, más lejos, embutidos en el acero blanco.

También hay bohíos, casi todos bajos y hechos con barro. Algunos están pintados de blanco y no se ven bajo el sol. Sólo se destaca el techo grueso, seco, ansioso de quemarse día a día. Las canas dieron esas techumbres por las que nunca rueda agua.

La carretera muerta, totalmente muerta, desenterrada totalmente gris. La mujer se veía, primero como un punto negro, depués, como una piedra que hubieran dejado sobre la momia larga. Estaba allí tirada sin que la brisa le moviera los harapos. No la quemaba el sol; tan sólo sentía dolor por los gritos del niño. El niño era de bronce, pequeñín, con los ojos llenos de luz, y se agarraba a la madre tratando de tirar de ella con sus manecitas. Pronto iba la carretera a quemar el cuerpo, las rodillas por lo menos, de aquella criatura desnuda y gritona.

La casa estaba allí cerca, pero no podía verse.

A medida que se avanzaba crecía aquello que parecía una piedra tirada en medio de la gran carretera muerta. Crecía, y Quico se dijo: Un becerro, sin duda, estropeado por auto.

Tendió la vista: la planicie, la sabana. Una colina lejana, con pajonales, como si fuera esa colina sólo un montoncito de arena apilada por los vientos. El cauce de un río; las fauces secas de la tierra que tuvo agua mil años antes de hoy: se resquebrajaba la planicie dorada bajo el pesado acero transparente. Y los cactos, los cactos coronados de aves rapaces.

Más cerca ya, Quico vio que era persona. Oyó distintamente los gritos del niño.

El marido le había pegado. Por la única habitación del bohío, caliente como horno, la persiguió, tirándola de los cabellos y machacándole la cabeza a puñetazos.

-¡Hija de mala madre! ¡Hija de madre madre!¡Te voy a matar como a una perra, desvergonzada!

-Pero si nadie pasó, Chepe: nadie pasó-quería ella explicar.
-¿Qué no? ¡Ahora veras!

Y volvía a golpearla.

El niño se agarraba a las piernas de su papá; no sabía hablar aun y pretendía evitarlo. El veía la mujer sangrando por la nariz. La sangre no le daba miedo, no, solamente deseos de llorar, de gritar mucho. De seguro mamá moriría si seguía sangrando.

Todo fue porque no vendió la leche de cabra como el le mandara; al volver de las lomas cuatro días después, no halló el dinero. Ella contó que se había cortado la leche; la verdad es que la bebió el niño. Prefirió no tener unas monedas a que la criatura sufriera hambre tanto tiempo.

Le dijo después que se marchara tanto tiempo

-¡Te mataré si vuelves a esta casa!

La mujer estaba tirada en el piso de tierra; sangraba mucho y nada oía. Chepe, frenético, la arrastró hasta la carretera. Y se quedó allí, como muerta, sobre el lomo de la gran momia.

Quico tenía agua para dos días más de camino, pero casi toda la gastó en rociar la frente de la mujer: la llevó hasta el bohío, dándole el brazo, y pensó en romper su camisa listada para limpiarla de sangre.

Chepe entró por el patio
-¡Te dije que no quería verte más aquí, condenada!

Parece que no había visto al extraño: Aquel acero blanco, transparente, le había vuelto fiera, de seguro. El pelo era estopa y las córneas estaban rojas.

Quico le llamó la atención; pero él, medio loco, amenazó de nuevo a su víctima: Iba a pegarla ya. Entonces fue cuando se entabló la lucha entre los dos hombres.

El niño pequeñín, pequeñín, comenzó a gritar otra vez; ahora se envolvía en la falda de su mamá.

La lucha era silenciosa. No decían palabra. Sólo se oían los gritos del muchacho y las pisadas violentas.

La mujer vio como Quico ahogaba a Chepe; tenía los dedos engarfiados en el pescuezo de su marido. Este comenzó por cerrar los ojos; abría la boca y le subía la sangre al rostro.

Ella no supo qué sucedió, pero cerca, junto a la puerta, estaba la piedra; una piedra como lava, rugosa, casi negra, pesada. Sintió que le nacía una fuerza brutal. La alzó. Sonó seco el golpe. Quico soltó el pescuezo del otro, luego dobló las rodillas, después abrió los brazos con amplitud y cayó de espaldas, sin quejarse, sin hacer esfuerzo.

La tierra del piso absorbía aquella sangre tan roja, tan abundante. Chepe veía la luz brillar en ella.

La mujer tenía las manos crispadas sobre la cara, todo el pelo suelto y los ojos pugnando por saltar. Corrió. Sentía flojedad en las coyunturas. Quería ver si alguien venía. Pero sobre la carretera muerta, totalmente muerta, sólo estaba el sol que la mató. Allá, al final de la planicie, la colina de arenas que amontonaron los vientos. Y cactos, embutidos en el acero.

Evolución hacia la dicta-blanda.






Agustín Perozo Barinas

“El régimen de Augusto Pinochet no es una dictadura, es una ‘dicta-blanda’. Dictadura fue la del tirano Rafael Trujillo.” Expresión escuchada en Santiago de Chile en 1984.

Algo sorprendido, decidí consultar un diccionario para valorar las definiciones del verbo ‘dictar’. 1. Leer o decir algo para que otro lo escriba. 2. Dar o anunciar una ley, norma, sentencia. 3. Impulsarnos a hacer algo la razón, la conciencia o los sentimientos. Este verbo es sinónimo de decretar y antónimo de derogar.

Busqué el antónimo de dictadura, que es la palabra ‘democracia’ y sus definiciones: 1. Forma de gobierno en que los ciudadanos eligen a sus gobernantes por votación. 2. País gobernado de esta forma. Aproveché para leer las definiciones de ‘tirano’: 1. Persona que gobierna sin tener derecho, imponiendo lo que ella quiere. 2. Persona que pretende mandar sobre las demás y que todas hagan lo que ella quiere.

Resumí que hay una diferencia entre tiranía y dictadura. Todas las tiranías son censurables, pues concentran el poder en un solo individuo para provecho personal y es, por necesidad, excluyente. En cambio, las dictaduras pueden no ser buenas o malas, independientemente de sus doctrinas, de la misma manera que hay buenas o malas democracias, pero agregando que una mala democracia se niega a sí misma. La democracia es el sistema político idóneo por excelencia, pero actuando bajo sus preceptos éticos. O es democracia o es una feria de charlatanes.

En República Dominicana un sistema demagógico partidocrático disfrazado de democracia tiene secuestrada, vía las arcas públicas, a una mayoría relativa por medio del clientelismo, aprovechando el bajo discernimiento y las miserias de las masas dominicanas. Esto va creando las condiciones adecuadas para que, agotados los recursos para sostener el sistema clientelar, la frustración popular contra este régimen “democrático” dé paso a propuestas dictatoriales.

Se entendería que una dictadura surgida de ese descontento popular prescindiría por un tiempo de un Congreso que le cuesta al erario unos cinco mil millones de pesos anualmente. La función del Congreso es legislar, representar y fiscalizar. Sondeando la población se concluye que una mayoría no se siente representada por los legisladores electos en sus respectivos municipios. En cuanto a fiscalizar, sería una broma plantear que fiscalizan el incumplimiento de las leyes o la corrupción que sangra los recursos nacionales. Y sobre su función de legislar, quedan cortos en ello para costar tanto al país. Pasan leyes que, o representan intereses exclusivos –políticos / económicos-, o que sencillamente no se cumplen. Aparte que, como agravante, legislan para su propio beneficio.

En esa hipotética dictadura se incluiría la figura jurídica del perjurio en el sistema judicial. Sin esta herramienta es casi imposible luchar contra la corrupción pública y privada. Contra corruptos y corruptores. También se complementaría el Código Procesal Penal con un Código Penal similar al de los Estados Unidos, que contemple condenas acumuladas consecutivamente según la gravedad del crimen.

Esa posible dictadura pondría un tope a los paquetes salariales de los funcionarios públicos. Ningún funcionario público de mayor jerarquía debe exceder ingresos mensuales sobre los ciento cincuenta mil pesos –todo incluido-, y en los cargos ministeriales no más de trescientos cincuenta mil pesos, –todo incluido-. A la administración pública se va a servir, no ha servirse. De ahí su nombre: servidor público.

Una eventual dictadura apoyaría la carrera administrativa, donde las posiciones políticas se circunscriban a los altos cargos ministeriales. El Estado no pagará a ningún empleado público bajo los diez mil pesos mensuales. No fomentaría la vagancia en oficinas públicas y cada posición en el Gobierno debe tener una función específica con resultados cuantificables. Darle mayor peso dentro del Gobierno a la Oficina Nacional de Administración Pública (ONAP) para que implemente y fiscalice las funciones y el desempeño de los empleados públicos, más allá de las buenas intenciones o compromisos de cualquier índole.

Endosaría la preeminencia de los derechos humanos, que deben garantizar el derecho a la vida y la integridad individual de las personas. Así como los derechos a una educación de calidad, al trabajo y remuneración dignos, a una suficiente y equilibrada alimentación, a la salud con amplia cobertura, a la vivienda decente, a la seguridad ciudadana, a la vejez con certidumbre, a procesos judiciales imparciales. Estos también son derechos humanos irrenunciables que la Comisión de Derechos Humanos debe amparar activamente, de igual modo.

Fomentaría el estudio, el trabajo y la producción. Instituiría la tanda única en las escuelas públicas. Apoyaría consistentemente los politécnicos y la educación superior, privilegiando carreras técnicas que correspondan al desarrollo sostenido de la producción nacional. Exigiría una elevada docencia impartida por un profesorado competente. Favorecería la formación cívica, la libertad sin libertinaje y el respeto de las leyes –puntualizando el respeto al derecho ajeno-.

Establecería el salario mínimo para los empleados públicos en diez mil pesos mensuales, indexados cada dos años en relación al Índice de Precios al Consumidor acumulado al período. Emplearía a un millón dos cientos mil dominicanos y dominicanas en proyectos de producción nacional orientada a las exportaciones y el consumo local. Redefiniría, para estos proyectos, la tenencia de la tierra. Ésta tributaría, produzca o no, para impulsar la producción en las mismas.

Una posible dictadura aplicaría sin titubeos la Ley de Migración, rediseñándola si fuese necesario, para salvaguardar la soberanía e identidad nacional. Honraría el fragmento de nuestro Himno: “ningún pueblo ser libre merece, si es esclavo, indolente y servil. Si en su pecho la llama no crece, que templó el heroísmo viril.” Revocaría, a cualquier costo prudencial, todo tipo de contratos leoninos en perjuicio del Estado Dominicano. Nos enorgullecería de nuestra dominicanidad, reprobando los trastornos que le han impuesto a la Nación.

Pero no hay que encresparse. Esta dictadura es la del imperio de las leyes. Es la dictadura de la ley que puede coexistir dentro de un sistema genuinamente democrático. Si el sistema vigente no corrige su rumbo, un frustrado pueblo huérfano de porvenir gestará su propia ‘dicta-blanda’, como lo intentó en 1965 y en 1984, si se agravan aún más sus penurias.